
El derrumbe de un edificio de nueve plantas en el distrito de Solomianskyi, en el oeste de Kiev, tras el impacto directo de un misil ruso ha dejado un saldo de al menos 28 muertos, 23 de ellos en el interior del inmueble, según el servicio de emergencias local. Las labores de rescate continúan mientras los equipos de emergencia, armados con grúas, excavadoras y sus propias manos, buscan víctimas entre los escombros con ayuda de perros rastreadores.
El ataque se produjo durante la madrugada del lunes al martes y fue parte de una ofensiva aérea masiva que incluyó más de 440 drones y 32 misiles contra múltiples objetivos en la capital ucraniana. En lo que se considera una de las mayores campañas de bombardeo desde el inicio de la invasión en 2022, esta fue calificada como la agresión más letal de este año en Kiev.
El entorno urbano sufrió daños generalizados: ventanales rotos, incendios en viviendas, y cortes de servicios básicos. Asimismo, se reportaron víctimas en otras zonas de Ucrania como Odesa, donde dos personas fallecieron y decenas resultaron heridas.
El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, calificó el ataque como ‘terrorismo puro’, subrayando que la destrucción de una entrada completa del edificio se suma a un leitmotiv de violencia dirigido deliberadamente contra civiles.
El ataque se produce en un contexto de estancamiento diplomático. Los esfuerzos liderados por Estados Unidos para lograr un alto el fuego o solución negociada han fracasado, mientras que conflictos en Israel e Irán y las tensiones comerciales estadounidenses han desplazado la atención internacional, diluyendo la presión diplomática sobre Moscú.

La UE, por su parte, ha elevado su nivel de alerta. La jefa de política exterior comunitaria, Kaja Kallas, advirtió en Estrasburgo que Rusia representa una amenaza directa a Europa, no solo por sus bombardeos sino también mediante ciberataques y sabotajes a infraestructuras críticas como redes energéticas y cables submarinos.
Kallas añadió que el gasto militar ruso supera la suma de los 27 países de la UE y que Moscú invertirá más este año en defensa que en salud, educación y políticas sociales combinadas. Según ella, esta escalada no es coyuntural, sino parte de un plan estratégico de agresión a largo plazo.
El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, secundó estas declaraciones, afirmando que Rusia produce en un trimestre más armamento del que fabrican los 32 aliados en un año completo y advirtió que Moscú podría estar en condiciones de atacar a un miembro de la alianza para finales de esta década.
La posibilidad de que Rusia ponga a prueba el artículo 5 —la promesa de defensa colectiva— se vuelve cada vez más probable. La OTAN ya contempla la opción de que ataques híbridos cibernéticos o de sabotaje puedan desencadenar una respuesta militar colectiva, aunque hasta ahora no ha sido necesario invocar este mecanismo.
Este contexto ha acelerado la adopción de una ambiciosa iniciativa de defensa comunitaria conocida como “Readiness 2030”. Presentada por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, contempla movilizar hasta 800.000 millones de euros para fortalecer las capacidades militares europeas ante el temor de una posible retirada del apoyo de EEUU.

Paralelamente, distintos estudios, como el de Fitch Ratings, alertan de que los países europeos están presionados para aumentar su gasto militar del actual promedio del 1,9 % del PIB hacia cifras entre el 3% y el 4%, a la luz de una percepción creciente de amenaza y la necesidad de reforzar su autonomía estratégica.
Por otra parte, la recurrencia y magnitud de los ataques contra ciudades ucranianas subrayan la evolución de la estrategia militar rusa: el uso intensivo de drones Shahed y misiles de largo alcance, en un esfuerzo por saturar las defensas antiaéreas y desgastar la moral civil.
El uso de misiles desarrollados en cooperación con Corea del Norte, según análisis, muestra además una diversificación de proveedores de armamento y una escalada técnica en la guerra aérea rusa.
En Kiev, las consecuencias humanas son devastadoras. La capital ha decretado días de duelo, mientras familias intentan localizar a desaparecidos y se erigen memoriales improvisados en los escombros.

Equipos psicológicos trabajan en el terreno con sobrevivientes y familiares, buscando aliviar el impacto emocional de vivir bajo bombardeo permanente.
Frente a esta realidad, expertos llaman a reforzar no solo la defensa militar, sino también la protección civil.
La escalada en el frente diplomático y militar plantea una encrucijada para Europa: reafirmar su cohesión estratégica y gastar más en defensa, o arriesgar que Rusia consolide una ofensiva transfronteriza que someta a prueba tanto a Ucrania como a la propia alianza euroatlántica.
La pregunta que flota en el horizonte es si Occidente responderá de forma coherente a estas señales: más armas, más presencia militar, más alianzas, o caer nuevamente en la tentación de apartar la vista ante la cada vez más real posibilidad de una agresión mayor, quizá dirigida hacia un miembro de la OTAN.
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