Un libro para chicos que no es para chicos

“El punto” arranca con una nena furiosa porque le piden que dibuje y no sabe. La respuesta de la maestra es la clave

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No, no voy a decir que El punto no es para chicos porque su contenido ofende, daña, asusta. Nada por el estilo. Voy a decir -spoiler- que el libro del canadiense Peter H. Reynolds no es para chicos porque es para grandes. Porque es para explicarles a los grandes cómo tratar a los chicos, sus talentos, sus frustraciones. Y, por qué no, cómo tratarse a ellos mismos, talentos y frustraciones incluidos.

Me lo encontré por casualidad, en la librería y la librera me lo mostró como a un clásico: “Hacía diez años que no se conseguía en la Argentina”, me dijo. Por eso la editorial Calibroscopio buscó y consiguió los derechos de autor, le encargó una nueva traducción a Laura Wittner y lo volvió a sacar. Con orgullo me lo dijo.

Buscando un poco, supe que había salido por primera vez en 2003, que había conquistado cabezas y corazones, que se había filmado. Y, sobre todo, supe que cada 15 de septiembre, miles de escuelas en distintos lugares del mundo celebran el “Día Internacional del Punto”. Un día para la creatividad y el vuelo.

Pero me fui muy lejos. ¿De qué se trata, entonces, El punto, que parece un libro para chicos (y, bueno, quizás un poco, también, lo sea).

El punto. Caminos para ser
El punto. Caminos para ser feliz

La historia es simple: Vashti no sabe dibujar. ¿Les suena? O mejor dicho: Vashti dice que no sabe dibujar. La maestra le pregunta por una hoja en blanco y ella que no, que no sabe dibujar. Entonces la maestra no discute: le dice que tome el lápiz, que haga una marca y que “veremos adónde te lleva”. Vashti lo hace con rabia. Más que dibujar, clava el lápiz en la hoja. Es que ella, bueno, no sabe. No le sale.

Del golpe, queda, obviamente, un punto. ¿Se enoja la maestra? Pues, no. Le pide que lo firme. ¿Sabe firmar? Sí, eso sabe. Firma, listo. La semana siguiente, sorpresa: el punto, firmado, está enmarcado. Lujosamente enmarcado y exhibido. Quizás Vashti pueda empezar a tomarse en serio lo que hace.

Bueno, no voy a contar todo pero digamos que, a partir de esto, la niña va a encontra una puerta para explorar con los pinceles, con los colores, con el espacio. ¿Qué hizo la maestra? La habilitó. Valoró lo que hacía tal vez pensando en lo que podría hacer, tal vez pensando en que no importaba qué era lo que hacía sino el disfrute y la posibilidad de crear, de salir de la vida real y concreta y asomarse al pensamiento. Es decir, de ejercer como humana.

El punto. Qué hacer con
El punto. Qué hacer con una hoja en blanco

La maestra tal vez pensaba en ella pero también podía pasar que supiera que nadie es quién para ser juez del ARTE, que en la Historia del Arte (todo con mayúsculas) más de una vez pasó que alguien apareciera con algo raro y terminara coronado como un gran maestro. ¿No? Busquen Cuadrado negro, de Kazimir Malevich. Busquen la lata de sopa de Andy Warhol. Por supuesto, busquen el mingitorio enviado a una exposición con el nombre de Fuente y que hoy es fundamental para entender el arte contemporáneo.

¿Pero por qué digo que no es para chicos? Reynolds logra construir un relato que no infantiliza ni subestima. Al contrario: plantea preguntas fundamentales sobre el proceso creativo, la enseñanza y la autoestima. ¿Qué pasa cuando un adulto confía en la capacidad de un niño antes de que el propio niño lo haga? ¿Cuántas veces se necesita solo una pequeña chispa para encender una vocación?

Me desdigo: El punto es un hermoso libro para leer con chicos. Para decirles esto: que se puede empezar con un punto, que no se vayan a mirar la tablet “porque total vos no sabés y los otros saben”, que no se dediquen a otra cosa a la primera de cambio, que no se pierdan las mejores cosas de la vida porque nosequién dice que las hacés mal. Que no hace falta ser artistas, pero todo el mundo tiene algo que decir. Y, sobre todo, que no acepten que hay una sola manera de hacer las cosas bien y así será para siempre. Si creyéramos estaríamos haciendo fuego con dos palitos. Pero qué bien nos saldría.

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